La sociedad necesita de hombres de verdad, que ejerzan una sana autoridad hacia sus esposas e hijos, y que no sean tiranos. También la sociedad requiere de mujeres que no sean feministas y entiendan la importancia de la familia tradicional, que es la base de la sociedad.
En estos tiempos actuales, no es casualidad que la familia sea atacada por los progresistas, mediante la ideología de género, como así también por los hombres que no cumplen sus roles como verdaderos esposos y cabezas de la familia. La familia tradicional es la que Dios creó desde siempre, la que permite que nos reproduzcamos como seres humanos y la que el vínculo por naturaleza divina se nos da: hombre y mujer, que tras casarse pueden tener hijos. Por voluntad divina, Dios entregó al hombre la autoridad sobre su esposa y sus hijos, como San José la tuvo con Jesucristo y la Virgen María.
Aquí radica uno de las principales confusiones en la sociedad, que es la de confundir autoridad con tiranía. Dios entregó la autoridad al hombre para que proteja y provea a su familia, para que ame y cuide a su esposa como Cristo amó y cuidó a la Iglesia, y también cuide y ame a sus hijos. Los maridos deben amar a sus esposas como se aman a si mismos, por lo que el que ama a su esposa se ama a si mismo. La identidad del hombre es la de amar, respetar, cuidar y proveer, a su esposa y a sus hijos.
El hombre es la cabeza del hogar, por lo que si este se comporta de forma irracional, es violento, es débil, no se sabe gobernar a sí mismo y abusa de su autoridad para someter en sufrimiento físico y psicológico a su familia, entonces se convierte en un tirano de su matrimonio y de su familia. No solo que es un tirano, sino que también un traidor a la patria porque contribuye con ese comportamiento maldito a que las sociedades se deterioren.
Una buena mujer jamás estaría con un hombre abusivo y que quiera ejercer una tiranía sobre ella. Ella estará con un hombre que tenga una santa autoridad sobre ella, que se sacrifique, que luche por ella en su honor, que la conquiste con delicadeza y la provea con responsabilidad. El hombre que lleve adelante una santa autoridad hacia su esposa y sus hijos, crea una familia fuerte, unida, feliz, y sobre todo da buenos ejemplos a los hijos varones sobre cómo deben tratar a una mujer, y a sus hijas sobre qué tipo deberían elegir para casarse, además de enseñar el respeto hacia el sexo opuesto.
La santa autoridad del hombre radica en la responsabilidad de proteger y proveer a su familia, y también en ser fiel a su esposa, valiente, varonil, sacrificado, justo, noble y sincero, que honrre con mucho amor la vocación de ser la cabeza no solo del hogar, sino también de la sociedad. Si la familia es la base de la sociedad, entonces el hombre es la cabeza de la sociedad. Un hombre gobierna bien su casa cuando tiene esa santa autoridad, ama a Dios por sobre todas las cosas, ama a su esposa, le demuestra respeto, lealtad y tiene prioridad por su familia.
En la actual sociedad, el progresismo pretende pervertir los roles que Dios les dio a los hombres y a las mujeres por naturaleza. Quieren a una mujer masculinizada y a un hombre afeminado, y si es posible sin hijos, y si tienen hijos pervertirlos con la ideología de género (si zafan de ser abortados antes de nacer). Esos no son los planes de Dios, ya que la naturaleza misma los rechaza, y los objetivos de esas aberraciones son nada más y nada menos que la destrucción de las familias y por consiguiente de las sociedades. Las sociedades débiles son más fáciles de gobernar para los políticos y malos empresarios corruptos.
Por el bien de las familias y de la sociedad, no se puede permitir que la mujer gobierne la familia (sobre todo si esta es feminista). Es que el hombre, el esposo, es la cabeza del hogar y de la familia y una mujer tiene el derecho a que esa cabeza se parezca al modo de obrar de Jesucristo. Entonces esa autoridad del hombre, de ninguna manera autoriza a que el abuse de su esposa y de sus hijos, sino que pone un estándar muy elevado para los hombres, ya que deben parecerse a Jesús. Amar a su esposa como Cristo ama a la Iglesia. Cuanto más a Cristo se parezca el esposo, más autoridad real tendrá. Esa autoridad, que Dios le dio al hombre sobre su familia, deberá ganarselá y que esta sea amada por su esposa y sus hijos.
Para ejemplificar, es como la autoridad que ejerce el presidente de una nación por sobre sus ciudadanos. Si este es honesto, y hace bien su trabajo, se ganará el respeto de todos. En cambio si el presidente es corrupto y déspota, pierde el valor moral de la misma. El gran ejemplo de autoridad para los cristianos es Jesús. Es el Rey del mundo, pero también se hace amar como tal. Esa es la santa autoridad a la que está llamada el esposo, el hombre, a ejercer por sobre su esposa y sus hijos.
Dios no creo a la mujer para que gobierne a su esposo y cuando es así las cosas no terminan bien (y casos hay de sobra). La mujer tiene un rol en la familia que es insustituíble, como el de la educación y el cuidado de sus hijos, especialmente en los primeros años y cuando son muy chicos.
Ella es fundamental en la familia y en la sociedad para poder educar y formar a los futuros ciudadanos de los países, otorgar estabilidad emocional y psicológica a su familia (incluso a su esposo) y poder lograr orientar a sus hijos pata que sean exitosos estudiantes, profesionales y/o simplemente buenas personas. En si, una mujer puede conjugar sus funciones profesionales con las de ser madre y esposa y tiene la posibilidad de poder desarrollar sus capacidades en su máximo explendor.
Ni el hombre debe ser un tirano, ni la mujer debe gobernar la familia. Ambas opciones son malas. De por si, naturalmente la mujer siente mucha más atracción por un hombre masculino y viril que por otro que sea un afeminado. La mujer, naturalmente, necesita sentirse protegida por el hombre (aunque el progresismo quiera hacernos creer lo contrario), y ya por naturaleza se explica esa autoridad del hombre hacia la mujer. Como los hijos también necesitan ser protegidos (sobre todo cuando son menores) por sus padres, y también naturalmente se da esa autoridad de los padres hacia ellos.
Salvo que una mujer sea una madre soltera, y haya cometido fornicación (o haya sido lamentablemente violada), no queda otra que ella gobierne santamente a sus hijos. Es que no hay que malinterpretar estos términos. El hombre es la cabeza del hogar, luego sigue la mujer, y los hijos deben obedecer a sus padres. Entonces sin cabeza del hogar, la mujer automáticamente queda sola con los hijos y ejerce la autoridad de esa familia incompleta.
Es lo mismo que si un hombre criara a sus hijos sin su madre. Ellos no tendrán ese cuidado y vínculo hermoso que una buena madre tiene con sus hijos, y que tan necesario es especialmente en la niñez y adolescencia. El hombre será la cabeza del hogar, pero faltará su madre en esa familia incompleta. Imaginen a Jesús siendo criado sin la Virgen María o sin San José.
Por eso es importante que el hombre ejerza una santa autoridad en su familia, que gobierne su familia. El hombre no debe ser afeminado, ni someterse a su esposa. Por el contrario el debe ser la autoridad del hogar, no como tiranía sino como un caballero de Dios y, cómo se ha mencionado anteriormente, con una santa autoridad que sea positiva para su familia y para la sociedad. El hombre, con su virilidad, su masculinidad y su fuerza es el constructor de las civilizaciones, las cuales construyó con mucho esfuerzo, trabajo, sacrificio y amor. El amor construyó las cosas más hermosas de esta sociedad. Mientras que el odio siempre destruyó e hizo las cosas mas feas de este mundo.
Un hombre con mucho amor puede construír una gran familia, puede tener un matrimonio santo, con hijos criados para la santidad, y hacer una sociedad mejor. Para lograr esto, el hombre debe ser un caballero de Dios y la mujer debe ser toda una dama de Dios, que respete y acepte con amor los planes del Creador, que no son caprichos, sino que por el contrario, los planes de Dios, cumplir sus mandamientos y sus enseñanzas de la Biblia, hacen a las personas más felices, ya que sus almas se preparan para ir hacia la santidad y hacia el cielo. Es por eso la importancia de que un hombre no ejerza una tirana autoridad (en la que maltrate a la mujer y a sus hijos), sino que lleve adelante una santa autoridad, con caracter y sobre todo con virtuosidad.
La Biblia es clara y responde concretamente, en los versículos de Efesios 5, 24-33:
"Que las esposas se sometan a sus maridos como al Señor. En efecto, el marido es cabeza de su esposa, como Cristo es cabeza de la Iglesia, cuerpo suyo, del cual es asimismo Salvador. Y así como la Iglesia se somete a Cristo, así también la esposa debe someterse en todo a su marido. Maridos, amen a sus esposas como Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella. Y la bañó y santificó en la Palabra, mediante el bautismo de agua. Porque , si bien es cierto, deseaba una Iglesia espléndida, sin mancha ni arruga ni nada parecido, sino santa e inmaculada, él mismo debía prepararla y presentársela. Del mismo modo los maridos deben amar a sus esposas como aman a sus propios cuerpos. El que ama a su esposa se ama a sí mismo. Y nadie aborrece su cuerpo; al contrario, lo alimenta y lo cuida. Y eso es justamente lo que Cristo hace por la Iglesia, pues nosotros somos parte de su cuerpo. La Escritura dice: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre para unirse con su esposa, y los dos no formarán sino un solo ser. Es éste un misterio muy grande, pues lo refiero a Cristo y a la Iglesia. En cuanto a ustedes, cada uno ame a su esposa como a sí mismo, y la mujer, a su vez, respete a su marido".
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