Con el triunfo consumado por el fundador del Foro de Sao Paulo y ex presidiario, Lula Da Silva, salvo muy pocos países, el resto de América Latina está gobernada por la izquierda. Preocupante y alarmante panorama para la libertad y prosperidad en el continente.
En la noche del domingo se definió la elección de segunda vuelta en Brasil, en donde el derechista y conservador Jaír Bolsonaro no pudo lograr la reelección, al perder por poco más de un 1% de votos ante el socialista Lula Da Silva (que obtuvo el 50,8% de los votos, mientras que Bolsonaro el 49,2%). La consecuencia de este resultado en los comicios brasileros es que deja a la región Latinoamericana con sus economías más grandes gobernadas por la izquierda: Lula Da Silva en Brasil, Andrés Manuel López Obrador en México y Alberto Fernández (y Cristina Kirchner) en Argentina.
Los resultados están a la vista: tanto en México como especialmente en Argentina, las economías se contrajeron tremendamente y entraron en un verdadero colapso. El mismo camino siguen Chile, Perú, Colombia y demás naciones latinas gobernadas por socialistas.
A pesar de las evidencias de que el socialismo destruye países enteros, poco más de la mitad de los brasileros condenaron a su nación a seguir el camino de miseria de Argentina, Chile, Perú, Colombia, Bolivia, que tiene como fin llegar a ser una colonia socialista como Cuba y Venezuela. Prefirieron la miseria antes que el camino de la libertad y la prosperidad, del combate a los narcotraficantes y delincuentes, y de oposición a imposiciones globalistas como la Agenda 2030 de la ONU, que pretende quitar soberanía a los países.
No les importó que en Brasil nadie les imponga encerrarse o no ser discriminado por no vacunarse, ni que la economía creció mucho con Jaír Bolsonaro (fue el país que más rápido logró crecer post pandemia de Covid-19, como así también de que Bolsonaro sacó a 10 millones de personas de la pobreza, la más baja de la historia de Brasil, según índices del Banco Mundial), ni que ningún opositor sea perseguido por pensar distinto a Bolsonaro, ni se censuren a periodistas y medios de comunicación.
Lo que si es rescatable, y condicionará mucho al gobierno de Lula da Silva, es que la derecha brasilera tiene mayoría en las cámaras de diputados y senadores, como así también a los gobernadores de los estados más importantes del país. Además Bolsonaro ganó en 13 estados y en el distrito federal (y Lula da Silva triunfó en otros 13), sumó casi que 1 millón de votos más que cuando fue electo presidente en 2018, y respecto a la primera vuelta electoral sumó 7.134.009 votos, mientras que Lula da Silva contó con 3.086.495 sufragios más (muchos menos de los que se esperaban).
A pesar de lo mencionado anteriormente, el presidente electo fue Lula Da Silva, quien junto a su sucesora Dilma Rousseff dejaron al país con un 41,6% de pobres en 2016. Lula Da Silva encarará su tercer mandato presidencial, ya que anteriormente fue jefe de estado entre los años 2003 y 2010, seguido por Dilma Rousseff del 2011 al 2016 (ambos del socialista Partido de los trabajadores).
Los que sí entendieron:
En dónde han visto en carne propia cómo el socialismo destruye a un país son los habitantes del estado de Roraima, el cual es limítrofe con Venezuela. Allí muchos venezolanos han emigrado, en busca de escapar de la miseria y el autoritarismo comunista del dictador castrochavista Nicolás Maduro.
Los brasileros que viven en Roraima saben bien que el socialismo no soluciona ningún problema, sino que los crea y a los gobernantes de izquierda les conviene tener a un pueblo sumergido en la pobreza para ofrecerles migajas del estado y asegurarse votos a favor. Es por eso que en ese estado, Bolsonaro dio una paliza electoral a Lula Da Silva, con un triunfo por 76,08% a 23,92%.
El mapa de Latinoamérica pintado de rojo:
Más allá de la honrosa excepción de Roraima, para graficar el mapa político de América Latina basta con decir que todos los países están gobernados por presidentes de izquierda, salvo Uruguay, Paraguay, Ecuador, Costa Rica, El Salvador y Guatemala, que tienen presidentes de centroderecha. A excepción de El Salvador (en donde el presidente Nayib Bukele cuenta con una altísima aprobación y ganó ampliamente las últimas elecciones legislativas), en el resto de países, los jefes de estado centroderechistas son muy atacados por la izquierda.
Hace pocos meses en Ecuador, al presidente Guillermo Lasso le hicieron una revuelta los indigenistas (en complicidad con los correístas), por ordenes del Foro de Sao Paulo (encabezado por Lula Da Silva y el dictador chavista Nicolás Maduro), que casi termina con su presidencia elegida democráticamente. Caso similar ocurrió en Guatemala con Alejandro Giammattei, en donde también le han hecho algo similar.
Solo economías chicas han quedado gobernadas, momentáneamente, por gobiernos que no son socialistas. Sumado a todo esto, no deja de ser menos importante que los países de América del norte, como Estados Unidos y Canadá, también estén gobernados por las izquierdas (más identificadas con una socialdemocracia y no tanto como un socialismo chavista como el que pregonan por ejemplo Lula Da Silva y Cristina Kirchner).
Lo más preocupante es que el hecho de que casi todos los países de Latinoamérica estén gobernados por la izquierda, empoderan a dictadores comunistas como Pedro Díaz Canel de Cuba, Nicolás Maduro de Venezuela y Daniel Ortega de Nicaragüa, además de poner en riesgo al resto de naciones a caer en dictaduras de ese estilo, en donde se termine la democracia para que los socialistas ejerzan una tiranía antidemocrática, que llevan a la miseria y al fracaso en lo económico, social y cultural, con falsas elecciones amañadas (como ocurre en Venezuela y Nicaragua; a Cuba no se lo menciona porque allí hay una dictadura avalada por la constitución castrista, en la que solo el Partido Comunista puede gobernar).
A pesar de que en los últimos tiempos los candidatos de izquierda ganan por márgenes de un punto porcentual o menos, lo cierto es que mientras que en Latinoamérica no haya una mitad de la población que cambie de mentalidad, y no crea en la cultura del mérito, del esfuerzo, del trabajo y de no depender del estado (como ocurre y ocurrió en los países que se convirtieron en desarrollados), no habrá progreso posible y se vivirá en el subdesarrollo constante.
コメント